Rusia y Occidente se preparan para una larga confrontación que consolida la nueva Guerra Fría entre ambos, sin excluir un eventual choque armado y directo en el territorio ucraniano. La entrada de Suecia en la OTAN y el nuevo plan de defensa europea que apuesta abiertamente por la carrera armamentística junto con la propuesta francesa de desplegar tropas occidentales en Ucrania, marcan la nueva realidad militarista de Europa. La vieja Europa de los derechos y las libertades apuesta por una Europa fuerte militarmente, que supedite incluso la economía a la defensa y que utilice el peligro ruso como un unificador común ante la intencionada (y hasta ahora útil) fragmentación política de las instituciones comunitarias. El equipo de Van der Leyen incluso considera que la industria europea de defensa europea podría alcanzar pronto a la estadounidense. Por supuesto, tales objetivos pasan obligatoriamente por abandonar una economía de mercado en clara recesión para entrar en una economía de guerra, lo que a su vez demuestra que el conflicto de Ucrania sólo fue y es un pretexto público para la carrera de armamento con la que se intenta mantener viva las economías europeas. Obviamente, estas políticas no sólo erosionan todas las relaciones bilaterales entre la UE y Rusia, sino que también favorecen los riesgos de conflicto armado directo. En concreto, Francia sigue buscando el apoyo polaco y de los países bálticos para el envío de tropas a Ucrania y sus esfuerzos están empezando a dar pequeños resultados. «La presencia de fuerzas de la OTAN en Ucrania no es imposible», advirtió el ministro de Asuntos Exteriores polaco, Radoslaw Sikorski. Por su parte, Turquía se ha ofrecido nuevamente para organizar una nueva conferencia de paz, que no parece que vaya a tener muchas probabilidades de prosperar, ya que Reino Unido y Estados Unidos ya sabotearon estos mismos intentos durante los primeros tres meses tras el estallido de la guerra en Ucrania.
