14/12/2025

Una de las promesas de campaña de Donald Trump fue conseguir una rápida paz en Ucrania y en Oriente Medio, donde ya se ha anotado un primer éxito diplomático con el acuerdo temporal de alto el fuego. Sin embargo, también redobló sus amenazas diplomáticas más cerca de los propios Estados Unidos. Además de reforzar la seguridad militar, la lógica subyacente en sus recientes declaraciones sobre Canadá y Groenlandia podría apuntar al control de las rutas marítimas que atraviesen el Ártico, junto a sus recursos energéticos (hidrocarburos) y naturales (minerales raros), ya que EEUU sólo cuenta con Alaska para cualquier tipo de reclamación frente a Canadá o Rusia (que está empezando a firmar pactos con China a este respecto). Mientras que en el caso de el canal de Panamá, el temor de EEUU es que China se haga con el control directo del canal o negocie con Panamá acuerdos más ventajosos, en detrimento estadounidense.

Desde Praefuturus, queremos señalar que las denominadas amenazas expansionistas de Trump forman parte de una geoestrategia estadounidense más amplia. Tras el fin de la Guerra Fría con la caída de la URSS, EEUU disfrutó de una cómoda hegemonía unipolar durante décadas, durante las cuales se aseguró del control del petróleo en Oriente Medio y comenzó su política de cercamiento militar contra Rusia utilizando a la UE y a la OTAN para mantenerse en una posición dominante global sin oposición posible.

No obstante, otras potencias emergentes como China o la India aprovecharon la situación para convertirse en máximas beneficiarias de la deslocación industrial occidental, así como de intermediarias comerciales entre otras potencias enfrentadas. Al mismo tiempo, también supieron invertir con bastante acierto las ganancias materiales en numerosos campos científicos y tecnológicos, convirtiéndose en socios y/o rivales no sólo comerciales sino también tecnológicos de pleno derecho.

La respuesta estadounidense con la administración Biden fue la aplicación clásica de la teoría del caos controlado, extendiendo guerras proxy entre aliados y rivales, para impulsar su propia industria armamentística y que ésta tirase a su vez de otros sectores como había sucedido durante la Guerra Fía. Evidentemente, eso ha exigido incrementar la presencia militar fuera de sus fronteras, ayudar materialmente a los países títere en sus guerras proxy, etc, que ha estabilizado, pero no impulsado tanto como se pretendía, la economía estadounidense.

Por su parte, la nueva administración Trump parece que va a dar un nuevo reposicionamiento del escenario internacional: centrarse de nuevo en los territorios americanos para garantizar que no se queda rezagado por más tiempo en la carrera por las rutas marítimas árticas, al tiempo que mejora sus opciones de competencia sobre el Canal de Panamá e incluso refuerza el control sobre su frontera sur con México. Sólo el tiempo mostrará la forma en que se llevan a cabo estas nuevas políticas en cada caso, ya sea una expansión territorial real o un control indirecto que sólo beneficie a EEUU. Todo ello teniendo siempre en el punto de mira a China, que sigue recortando distancias en todos los sectores considerados.

En resumen, está claro es que Estados Unidos sólo acaba de empezar esta nueva partida en la que ningún aliado o socio comercial es imprescindible (ni siquiera en la Unión Europea como ya nos demostró muy bien la propia administración Biden), frente a unos rivales y/o enemigos internacionales que deberán adaptar también sus estrategias a este nuevo/viejo reposicionamiento estadounidense.