
La reelegida presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, presentó la semana pasada la composición del próximo Colegio de Comisarios. Contará con 6 vicepresidencias ejecutivas, pero también eliminará a figuras clave como Breton o Borrell, que se mostraron críticos con la gestión de la conservadora alemana. En su nuevo equipo, se observa una estructura interconectada, sobre todo de las carteras prioritarias, divisivas o influyentes, de forma que nadie acumule demasiado poder ni pueda hacerle sombra, en un momento clave en que los liderazgos comunitarios tradicionales flaquean, especialmente el del eje franco-alemán.
Desde Praefuturus, queremos recordar que la reelegida presidenta de la Comisión Europea ha sido una figura muy polémica en Alemania donde ocupó el cargo de ministra de Defensa con la UCD de Angela Merkel, pero también le persiguió la sombra de millones de euros adjudicados ilegalmente en contratos de consultoría. Durante la pandemia, mantuvo una actividad opaca y poco transparente, sobre todo con su polémica decisión de involucrarse personalmente en la compra de vacunas Pfizer, llegando a borrar los sms de sus tratos con dicha compañía farmacéutica. Se comportó del mismo modo en política exterior, asumiendo competencias que no eran suyas según los tratados comunitarios para involucrar a toda la UE en la defensa de los crímenes de guerra israelíes en la Franja de Gaza.
Evidentemente, con semejante currículum a sus espaldas, sólo podemos esperar nuevas gestas todavía más grandes, sobre todo ahora que espera no tener poderes rivales a su lado durante la próxima legislatura. En definitiva, la figura de Ursula Von der Leyen ya invita a una profunda reflexión en una Unión Europea irrelevante en circunstancias normales, pero los peligros se multiplican en un mundo al borde del abismo bélico. El escrutinio público debería exigir total transparencia y responsabilidad en todas las futuras decisiones de la presidenta de la Comisión de Europea, así como de sus mecenas y patrocinadores internacionales. Esta vez la ciudadanía europea se juega demasiado para fingir falsa ignorancia o disgusto por la política.