
Los Gobiernos de Murkina Faso, Malí y Níger, que conforman la Alianza de los Estados del Sahel (SAE), han enviado una carta conjunta al presidente del Consejo de Seguridad de la ONU para «denunciar el apoyo abierto del Gobierno ucraniano al terrorismo internacional», después de que se hiciera pública la colaboración de Kiev con los grupos rebeldes islamistas y tuaregs presentes en estos tres países. En su carta conjunta, también se cita expresamente al portavoz del servicio militar de inteligencia ucraniano, Andrei Yusov, que admitió la colaboración con los rebeldes tuareg en el norte de Malí, quienes masacraron a 47 militares y 84 mercenarios rusos del grupo Wagner durante los días 24, 25 y 26 de julio. También se ha agregado que «estas declaraciones fueron confirmadas por el embajador de Ucrania en Senegal, Yuri Pivovarov».
Desde Praefuturus, consideramos necesario recordar las duras palabras de condena de las autoridades militares malienses durante su anuncio de la ruptura de las relaciones bilaterales, al afirmar que «esta agresión mantenida por Ucrania es parte es parte de un patrón más amplio de ciertos actores que apoyan y explotan activamente a grupos terroristas armados, aliados con grupos rebeldes, con fines hegemónicos y neocoloniales y para romper la dinámica de emancipación, reconquista de la soberanía y desarrollo socioeconómico iniciado por la Confederación de Estados del Sahel (AES)«.
Aunque no se puede acusar formalmente a los responsables finales que utilizan a Ucrania para mermar la presencia rusa y china en África, lo cierto es que es fácil seguir el rastro de los principales sospechosos (Estados Unidos, Reino Unido, la Unión Europea y antiguas metrópolis como Francia), que tratan de impedir a toda costa la existencia de países africanos libres de las cadenas neocoloniales que pudiesen servir de ejemplo para el resto del continente. En este contexto general de nueva Guerra Fría, está claro que se están jugando todas las grandes bazas que quedan para utilizar de nuevo grupos terroristas islamistas (como EEUU utilizó a los talibanes contra los soviéticos), Estados sometidos a guerras proxy (Ucrania o Israel), guerra económica y sanciones internacionales, y un largo etcétera.
Por lo tanto, deberíamos hacernos al menos tres preguntas clave: ¿Cuáles serán las consecuencias de esta nueva lucha global por la hegemonía planetaria? ¿Quedará algo en pie esta vez? ¿Sufrirán los países derrotados un desplome completo como el vivido por la extinta URSS y algunos de los países que conformaron el antiguo Pacto de Varsovia?